La industria cinematográfica de Hollywood nos ha hecho mucho daño por los mitos que ha creado sobre los peligros de la selva, que son absolutamente falsos, como hemos podido comprobar en Serere, zona de selva contigua al Parque Nacional Madidi. Las tarántulas no matan, y si no les haces nada pasan de ti, o por encima de ti, pero sin picarte. Los jaguares están cagaditos de miedo cuando ven a un humano, y los caimanes… bueno eso sí, los caimanes son peligrosos. Pero…. en vez de hacer pelis con el nombre de Aracnofobia o Los pájaros (esta última es para decojonarse, uh qué miedo, pájaros) deberían haber plasmado los peligros reales que acechan a los incautos que se adentran en la selva con títulos como: Garrapatofobia, La Pulga, Cucarachas hasta en la selva o La costra de los mosquitos (el título de esta última derivaría de una pésima traducción al español).
La experiencia selvática ha sido un pasote, si no fuera por
- la sensación térmica de 40º a la sombra con humedad ¿relativa? del 100%;
- los incesantes ataques de mosquitos de la muelte, picatostes kamikazes capaces de atravesar todo tipo de vestimentas, provistos de máscara anti-repelente y dientes de acero;
- las hormigas más grandes que una pipa de girasol que son capaces de ocasionarte fiebre y dolores terribles durante días con solo mirarte de reojo;
- las abejas que nos atacaron por pasar a su lado y no saludar; la avispa que nada más llegar el primer día estrelló su aguijón contra mi cuello proporcionándome fuerte dolor por un día y escozor por otros dos;
- las cucarachas tipo uña de guitarrista de flamenco, marrón oscuro y de diez centímetros de largo;
- los caimanes que nos rodearon una noche en un lago y nos hicieron pasar peor rato que cuando nos encontramos con un revisor en el metro de Madrid;
- los cientos de monos persiguiéndonos y cagando encima de nuestro guía desde las copas de los árboles;
- las pirañas que dos semanas antes arrancaron un trocito de mano a Rogelio, nuestro sufrido guía;
- los gusanos con sabor a horchata (no preguntéis cómo lo sabemos);
- las lianas que contienen litros y litros de agua filtrada y que tras beberla, cuando al día siguiente vas al retrete y suena a chaparrón, te planteas si era la liana correcta o el guía se equivocó;
- las cabañas sin más pared que cuatro mosquiteras con agujeros lo suficientemente grandes para que quepa por ellos el 90% de los habitantes de la selva…
Pues a pesar de todo lo anterior, lo pasamos estupendísimamente Pilar (recién llegada de Perú y habiendo superado un bloqueo de carreteras en Copacabana), Carla y yo. Y estuvimos con dos monicos preciosísimos de cinco meses huerfanitos porque habían cazado a su madre para zampársela. En principio a Pilar la veían muy mona, a Carla la miraban de reojillo y yo directamente los tenía acojonaícos, me veían como al mono jefe chungo que te echa la peta si llegas a trabajar cinco minutos tarde (los del curro, no os descojonéis capullos). Y es que soy como mono, tal y como aseguró un niño colombiano de cinco años en Ecuador.
Para llegar al Serere navegamos tres horas por un río enorme, anchísimo, aquí todos los ríos son marrones y cada año siguen un curso distinto, pues no encuentran obstáculos a su paso y eligen el cauce a su antojo, y cuando cambian su curso y las tierras anegadas quedan al descubierto, los árboles crecen en unos meses más alto de lo que podáis imaginar.
Y respecto a lo demás, muchas horas andando por la selva o tumbaos en hamacas sudando la gota gorda, combatiendo a los mosquitos, navegando lagos infestados de caimanes, las burbujas salían a nuestro paso y veíamos sus ojos en la oscuridad. El tipo es Rogelio, nuestro desgarrapatador y guía,las lucecicas son ojos de caimanes, y la barca podrida no se ve:
Pero al fin aquí estamos, de vuelta, vivitos y coleando, aunque seguro que con alguna que otra garrapata escondida acechando en la oscuridad de los gayumbos…