martes, 31 de enero de 2012

Un viaje finaliza y comienzan otros. Igualmente, otros viajes nos llevaron a este. Carla y yo nos conocimos hace ya tres años en Segovia. Fue en un curso de OCSI, yo bajaba de Elgoibar, un paraíso solitario, y ella subía de Madrid, y antes, del mundo. Nos unió el deseo de buscar personas bonitas movidas por el afán de hacer de este mundo un lugar amable para vivir, disfrutar, conocer, comer, beber y reír.

No fue hasta unos días después que detuve mi pensamiento en ella, cuando la escuché hablar sentido, pausado, como sólo ella sabe hacerlo, cuestionándose qué misión, qué carencias, venían a cubrir aquéllas personas que, desde lejos, marchaban a Chiapas para tener una vivencia revolucionaria en plena selva Lacandona. Ella apareció por esas tierras siguiendo a un novio chiapaneco... qué fatalidad, elegir, frente a lo exótico, lo macarra y urbanita que este cosladeño podía ofrecerle. No me costó poco convencerla de que esa aventura podía ser más dificultosa y retante que la que había vivido tiempo atrás, quizá el primitivismo en que me encontraba tras permanecer seis meses aislado en un rincón euskaldun agudizó su interés antropológico por mí... prefiero pensar que fue mi acentuada pronunciación de la letra jota, imperceptible en el habla extremeña, el detalle que inclinó la balanza a mi favor.

El caso es que tuve la suerte de comenzar a forjar una vida de ensueño con ella, que me abrió mundo.
Nuestra primera incursión conjunta (y la primera en mi caso) en terreno extraeuropeo fue, a salvo de una inolvidable excursión pre-pascual a Galicia (donde me declaré enamorado hasta las trancas de todo su ser), al vecino del sur. Después de este paso por Cádiz, arribamos a Marruecos en ferry, con coche propio y un estómago a prueba de bombas, pero no de la comida árabe que por allí se cocina. No fue un viaje idílico, ni de lejos, pero nos enseñó a pasear de la mano por otros mundos.

Y de ahí a esa megaurbe insufrible pero infinitamente diversa llamada Los Ángeles -entiendo que en un afán de embaucar a algún serafín, que de otro modo no se acercaría siquiera a San Diego-.

Esa experiencia, además de permitirme el enorme placer de conocer a su maravillosa engendradora, Mary Evelina, nos llevó al país más emocionante, diverso, complejo y perplejizante que jamás he visitado: México.
Y de nuevo repetimos país al año siguiente, esta vez, si cabe, mejor, pues visitamos Oaxaca, su sierra, sus carreteras...

Y, entretanto, viajamos a Samotracia, quizá más griega que turca, o todo a la vez, o nada de eso, quién puede saberlo...

Y mientras tanto nos planteábamos vivir otros mundos, otras posibilidades, traer hijos y acompañarles a crecer, acompañándonos, mientras tanto, el uno al otro en nuestro crecimiento mutuo, individual, conjunto, Humano, defectuoso, virtuoso y, sobre todo, afectuoso...

Surgió entonces, en un bar cañí, como sin casualidad, compartiendo tragos con una gran Amiga, Bea, de las tantas y tantos que Carla cultiva a lo largo de su vida y que generosamente me descubre y me comparte, que nos vimos enredados, por las circunstancias y los anhelos, en un transcurso vital por el norte ensurecido.

No preparamos más que nuestra ausencia temporal de Madrid, quizá por pereza, quizá por exceso de tareas en un junio quincemayero o, quién sabe, porque intuíamos que la vida no se proyecta, sino que se discurre.

Y aparecimos, como en un sueño, en el lugar que da nombre a la mitad del mundo, donde uno no puede calcular sin ayuda de un mapa por dónde escapará el agua del agujero del lavabo.

Y caminamos, sobre todo en autobús, pues la forma física nunca pudo competir, en nuestro caso, con el apetito. Y comenzamos a descubrir personas bonitas a las que el viento nos soplaba. Berta, en Mira, fue un regalito cordobés-sevillano envuelto en papel de flores, que luego, a lo largo del viaje, nos iría embriagando con su perfume de amistades bonitas como ella.

Y de ahí, pasito a pasito, rueda a rueda, seguimos bajando, encontrándonos, entre tantos amores, con dos perlas: la mujer que hizo de Carla la maravillosa persona que me robó el corazón, y Elvira, una joya cacereña con el alma cristalina.

Y bajando, bajando, nos encontrábamos con más personitas maravillosas. Me daré el lujo cursi de contar una anécdota, que me prometí publicar en su momento, y que mi memoria medioplacista se empeña en borrar: en Caraz, entre las más bellas montañas que hemos conocido en este viaje, una mujer, cojita, digna, que limpiaba y guardaba el hostal en que nos hospedábamos, sacaba adelante a sus tres hijas trabajando días y noches enteras, sin guardia que la sustituyera, porque su marido, a pesar de las sentencias en su contra, no pasaba pensión alguna para mantenerlas, ni mucho menos para, como pretendía esta mujer, ayudarlas a estudiar en la universidad. Un gusto amargo nos dejaban estas y otras historias personales, explicitadas o no,  tan repetidas por doquier en todas partes, aquí y allá...

Y subiendo en el mapa del mundo al revés, nos aparecimos en Bolivia, y allí nos dimos un festín de gente maravillosa y juergas nocturnas, comenzando por Dani -qué tan agradecido le estoy, mutuamente nos ayudamos a recuperar y disfrutar el reconfortante espíritu cheli- siguiendo por Lil, Claudia, Andrea, Ramírez y Josefa -nuestros ángeles chilenos-, y tantos otros... Y con Pilar, nuestra Amigagatuna, y su sonrisa, que siempre es el mejor regalo.

Y continuamos por Chile, ese país tan controvertido, tan desamparado y tan armado, tan amigable, que se nos ha llevado un pedacito de alma, que ya no nos devolverá jamás. Josefa, tan Josefa, tan mágica, tanta luz, y su familia y amigos (Juan, Claudia, Noemí, Javiera...) tan de ella, tan nuestros, tan para el mundo...
Y Sabela, y Miguel, que nos regalaron tanto, que nos esperaban sin esperarlo.
Y Ramírez, que es tan genial, tan sensible, sin quererlo pero sin temerlo.
Y nuestro penúltimo regalito, Joana y David, personas cabales ideando un mundo mejor...

Y de ahí subiendo, o bajando, qué más da, a Argentina, a esas cumbres amanecidas de nieve de El Bolsón, y de nuevo a Madrid, encarnado en Buenos Aires, con su Boca repleta de almas que hasta entonces habíamos desencontrado... y bajando más y más de nuevo a Los Ángeles, dándonos de bruces con la otra realidad, la tantas veces esquivada y más veces aún encontrada...

Y ahora en Madrid, recuperando olores, memoria, sabores, paisajes, y sobre todo, amores... mi hermana y Miguel, mi sobri, que con su sonrisa me ha robado el corazón, mis padres, tantos y tantos amigos, maravillosos, aún sin tiempo de reencontrarlos.

Y de esta experiencia de medio año, sin invierno, me quedo con todo, lo exótico y lo cotidiano, lo bello y lo extraño, lo asumible y lo incomprensible. Tantas cosas para aprender, para cambiar de mí mismo, para sentirme yo mismo...

Todo lo que cuento son experiencias que se debaten en una lucha a muerte con mi deficiente memoria. Muchas enseñanzas que durante estos meses de viaje consideré vitales para mi desarrollo personal y humano desaparecieron, quizá por siempre, antes de ser concebidas como pensamiento reflexivo.

A pesar, o quizá gracias a ello, esta experiencia, continuada desde el principio de mi relato, imborrablemente deja en mí la convicción de tener la inmensa fortuna de compartir mis momentos, mis anhelos, mis pesares, mi vida, con Carla, mi compañera. Con eso me quedo.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Chile (noviembre y diciembre 2011)



El entusiasmo, las machas a la parmesana, la historia reciente que pincha, las tradiciones pasadas que sosiegan, una bandada de golondrinas oscuras que te sobrevuela de cerca, unos días de sol inusitado sobre los paisajes más hermoso del mundo, buen vino de cartón, las nalcas o el lechuguino gigante, las personas, las buenas personas, las personas bonitas. Sobre todo, las personas.  Santiago, Valparaíso, Isla Negra. Santiago, Valdivia, Chiloé, Chaitén.


Es fácil escribir cosas lindas en una playa de hierba donde un río prístino se encuentra con el mar calmo de un fiordo donde juegan los delfines, rodeada de montañas con bosques insondables. Azul y verde, verde y azul bajo un sol tierno de primavera austral que acompaña el silencio solo roto por los pájaros y las muchas aguas que corren. Así querré yo recordar este lugar de la Patagonia en el que empecé a escribir sobre Chile, sintiendo envidia de nosotros mismos y añoranza anticipada.  Pero bueno, aquí nos es donde empezó todo, sino en Santiago. O más bien, en Cochabamba, que es donde conocimos a Josefa, la más fantástica santiaguina que jamás existiera en el mundo, que junto con su familia y amigos han hecho que caigamos enamorados de esta zona del mundo. Santiago, como todo el mundo dice, puede tener un algo de Madrid, es una ciudad-ciudad, con todo lo que ello implica. En el país siguen los estudiantes en pie de guerra, cansados, pero no vencidos, y en Santiago pudimos escuchar a los líderes estudiantiles durante la presentación en la Feria del Libro de Otro Chile es posible, editado por Le Monde. La elocuencia y la calma que muestran unos chicos de veintipocos años, la cantidad de gente que allí se apiñaba para escucharlos, o quizás más bien para darse fuerzas entre sí, era algo que te ponía la piel de gallina y los ojos húmedos. Más impactante aún nos resultó escuchar que no son sólo los universitarios los que están en huelga, sino que la fuerza está en los estudiantes de instituto, y que de hecho durante la Revolución Pingüina de 2006 los adolescentes llegaron incluso a ponerse en huelga de hambre. ¿Alguien puede concebir una huelga de hambre de chicos de 15 años en España por una educación más justa? Pues quizás si como parece, seguimos la senda chilena, en vanguardia del neoliberalismo, tengamos que acabar viéndolo.



Valparaíso a un tiro de piedra de Santiago, nos hizo plantearnos la posibilidad, no sabría decir si remota o no, de quedarnos a vivir allá, quizás por sus aires piratas o por la poesía implícita en un paseo por sus imposibles cuestas absurdas vadeadas de casas de colores. Estos días estuvieron aderezados de trova y trago con los amigos santiaguinos, malestares estomacales, y reunión salmantina con Miguel y Sabela, de la residencia El Bartolo que ya solo existe en la memoria de quienes allí vivimos en algún momento. Qué lindo un reencuentro tan insospechado, y qué alegría ver que, años después, el “cómo pasa el tiempo” no es ni amargo ni nostálgico. Casi ni siquiera necesario.


Hablando de la poesía de Valparaíso, y estando en el país de los poetas, me vienen al recuerdo los días en Isla Negra, donde frente a un mar bravo como ninguno que hubiera visto antes, que rompe con furias abisales contra rocas que parecen puestas ahí desde el principio de los tiempos para desempeñar su papel antagonista en esa lucha, a una le entran las ganas de escribir como al ilustre habitante de esta localidad, de componer odas, sonetos o lo que haga falta, o por qué no, de pintar, de componer. Pero una no sabe hacer nada de eso, así que se consuela con leer lo que ante ese poderoso espectáculo él escribió. Luego está la rabia y la pena por lo que nunca fue que surge cuando oyes hablar de una de las últimas investigaciones oficiales según las cuales esa gran persona no moriría de tristeza tras el golpe, como se dice, sino que sería envenenada en una clínica justo antes de que se dispusiera a huir a México donde habría organizado una resistencia. Fue poética su vida y la teoría hasta ahora extendida de su muerte también lo era, pero más habla de dignidad la opción prosaica y triste de lo que siempre pasa, lo que parece demasiado evidente y brutal para ser creíble.

Siguiendo con el viaje, cuando por fin bajamos de la zona central llegamos a la Región de los Ríos, donde empezó el verde rebelde pegado al mar, los lagos, las noches de camping, viento y estrellas. La huella de los colonos alemanes está muy presente en esta zona, vinieron y se sintieron en este paisaje tan como en casa, que les dio por hacer cerveza, y ahí siguen.
Otro reencuentro, el que tuvimos en la ciudad de Valdivia con el gran Ramírez Neira, amigo de Cochabamba, para compartir este conciertazo, fue espectacular http://www.ustream.tv/recorded/18939678
La Isla de Chiloé es un lugar especial, una Galicia convertida isla, una Irlanda a la que le hubieran devuelto parte de sus bosques, o mejor aún, Chiloé. Un lujo de aguas dulces y saladas, vientos y mejillones. La recorrimos en un coche alquilado de estraperlo, y nuestro método de conocer autóctonos fue ofrecernos como taxistas, animando a la gente que andaba por la carretera a ser nuestros autoestopistas. Surtió efecto y conocimos a gente de todo tipo, entre los que se cuenta una pareja estupenda en cuya hermosa casa de madera que se habían hecho con sus manos a orillas de un lago, en un bosque nativo  sin luz ni agua corriente, acabamos compartiendo una de las más interesantes conversaciones de todos estos meses de viaje.  El paso de Chiloé a Chaitén en barco fue como ahondar en el verde, rascar un cartoncito, descubrir que te ha tocado la Patagonia, y que es parecida a los vagos sueños. Sin embargo, la situación de Chaitén es agridulce con poco dulce. Tras la erupción de un volcán en 2008 se evacuó a los habitantes y el pueblo quedó cubierto de cenizas. El gobierno hizo todo lo que pudo para que la gente jamás volviera: dieron subsidios para vivir en otros lugares, compraron hogares que estaban en perfecto estado para dejarlos cubiertos de ceniza, fundaron a unos cuantos kilómetros un pueblo llamado Nuevo Chaitén al que nadie se mudó y declararon que Chaitén ya no existía. A pesar de ello, unos cuantos cientos de habitantes comenzaron a regresar, a limpiar sus casas y a arreglar su pueblo, sin ayuda del gobierno y hasta hace poco, sin luz ni agua. Cuando estaban en ello, misteriosamente se incendiaron todos los edificios públicos. Una señora que regenta una tiendecita y que ha estado en el frente de la pelea durante estos años nos contaba cómo durante una de las visitas de la ex presidente Bachelet, un ministro le dijo, “pero Ingrid, déjate de tonterías, vete a vivir a Nuevo Chaitén y te ponemos un supermercado”. ¿El motivo de esta actitud del estado? El gobierno necesita la aprobación de los habitantes para pasar un cable de alta tensión de la represa criminal que Endesa va a construir en Aysén, en el corazón de la Patagonia. Además, se rumorea que están llegando ingenieros al pueblo, que hay proyectos de sacar oro de los cerros. Y claro, sin habitantes en un pueblo no hay oposición popular. Con esto queremos decir que Chaitén existe.


Y de aquí volvemos al principio de esta entrada, al río prístino rodeado de bosques, a los lagos, a los delfines. Al camping desde donde ahora, escuchando el viento mecer las ramas de los cerezos llenos de fruta y los grillos, en una noche infinita, me despido de este lugar al que sé volveré. Mañana cruzamos de nuevo a Argentina.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Argentina


Entramos a Argentina con una experiencia desagradable con un policía fascista-fronterizo, y sin cambiar bolivianos por pesos argentinos. Llegamos a la primera población argentina, La Quiaca, a una cafetería preciosa donde adquirimos consciencia de que dejábamos atrás el exotismo y empezábamos a movernos por universos más reconocibles.

Como no habíamos cambiado moneda el dueño del bar se ofreció, le dimos todo nuestro dinero y a los quince minutos volvió de Bolivia con nuestra pasta reconvertida en moneda argentina. Y de ahí a Humahuaca, un sitio precioso con cerros de colores.



Allí comenzaron nuestros problemas gastrointestinales, que nos acompañarían el resto del viaje hasta Valdivia, Chile. El dueño del hostal dijo que el agua era potable… y le hicimos caso. No sabemos si fue esa la causa de nuestros problemas pedorreicos y nauseabundos, y nunca lo sabremos.

De ahí fuimos a otras ciudades solicitando asilo para nuestros agotados estómagos, Salta, Córdoba, Mendoza, urbes de las que rescatamos el bocata de jamón serrano que degustamos con una Quilmes, y que ha sido, sin duda, uno de los momentos gastronómicos más felices de todo el viaje. Una reflexión que viene al caso: los demás turistas con mochila que nos encontramos comen lo que se les ponga por delante, desayunan cosas tristes y cenan platos aburridos… y nosotros, que nos preparamos nuestra pasta a la carbonara o nuestros risottos, andamos con desasosiego estomacal y añoranza de guisos de nuestro terruño… curioso…   

Nos limitaremos a contar en esta entrada nuestras dos experiencias más campestres, dejando a un lado la de Humahuaca:

1.- Alcanzamos Ojo de Agua, en Santiago del Estero, donde visitamos la universidad campesina fundada por el MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), y resultó que ese finde había un taller de formación política de campesinos argentinos de muchos lugares.
Acampamos con nuestra tienda adquirida en El Alto (La Paz) por doce euros. La primera tarde granizó a lo bestia (parecía como si los ángeles se hubiesen dao un atracón de polos y se estuviesen purgando tras haber bebido agua argentina, peaso bolas oye tú) y por la noche llovió, y la tienda cedió, así que nos mojamos (más Carla, adelanto a decir). Los campos estaban preciosos, el paisaje era muy parecido a la dehesa extremeña.



La comida muy bien,  colgaron la mitad de una vaca que ya había hecho testamento en la cocina y estuvimos comiendo pucheros de carne bien durita durante tres días.

En cuanto al agua había dos depósitos: de ellos, el más pequeño era para beber, pues a él llegaba el agua del pozo; el otro, no mucho más grande que el anterior, era para lavarse, echar al váter, lavar los platos (?), porque contenía agua proveniente del abrevadero de los animales y era peligroso beberla. Peeeroooo… algunas de las cien personas que había allí de vez en cuando nos preguntaba “¿hay alguna diferencia entre los bidones?” o “¿por qué no quieres beber agua de aquí?” o lo indudablemente peor “no, te equivocas, el depósito pequeño no es para beber, es el otro”.

La ducha era con cubos de esa agua, el inodoro tenía una cortinilla precaria y la higiene, en fin, no era muy buena. Con eso y con todo, y precisamente porque estábamos ya pachuchos (sobre todo Carla) decidimos irnos al pueblo dando un paseo precioso y bebernos dos litros de Quilmes comiendo panchitos y gusanitos naranjas y tomando el fresco con dos viejetes, el dueño de la tienda y su sobrino mayor que él, llamado Pollo, un borrachín muy salao. Haciendo un alarde de orgullo, podría decirse que a lo Anthony Quinn pues con su confesión parecía tratar de atribuirse el mérito de haberlo engendrado él a través de diversos intermediarios (sus descendientes), el tendero nos contó que su bis o tataranieto montaba a caballo desde los dos años y nos enseñó fotos del mico montando.

Pocos días después de marcharnos de Ojo de Agua leímos en El País que unos terratenientes habían matado a uno de los del MOCASE y herido gravemente a su hermano. Argentina, cubierta de cultivos de soja transgénica que da de comer al ganado europeo, se está brasilizando…

2.- Marchamos también a las sierras de Córdoba a ver campito, y fuimos a Capilla del Monte. Llegamos, camping municipal tirao de precio, ni el tato por allí, nuestra tienda de El Alto reventá, nuestra cocinilla recién comprada para estrenar, un unicornio, vamos, una gozada.



Y en eso que empieza a venir gente, y un temporal de narices, y nos enteramos de que, como consecuencia de la llegada de “la fecha” (11.11.11), miles de personas de distintos lugares iban a invadir un lugar tan precioso para: subirse a una nave espacial, ver abrirse un portal, conectarse con la energía, meditar por el bienestar así en general, y otro largo etcétera de motivos. Los del pueblo, ya invadido de hippies que se habían ido a vivir allí hace años, estaban al borde de un ataque de nervios pensando que eso iba a ser un sin dios, unos los tomaban con amaretto y otros con humor, como podréis comprobar:

 

Para huir de las hordas hippie-flipadas alquilamos unas bicis o-b-s-o-l-e-t-a-s e hicimos una excursión a unas pozas, subimos rocas, nos bañamos en unas cascadas, pasamos por un agujerito estrecho en la roca que seguro tiene un nombre más elegante que el de “agujerito estrecho”, algo así como falla, grieta o no sé qué.





Y llegamos a uno de los muchos santuarios hippie-fantásticos, donde nos recomendaron tumbarnos en una pirámide ancestral que tenía por lo menos cinco años y abrazarnos a una piedra (que resultó tener una cagada de perro encima, lo que llevaría a más de un hippie a concluir que a un extraterrestre le dio por dejarle como presente un postre típico de su región planetaria), y no sé cuantas movidas más.

Y nos despedimos de esta maravillosa sierra comiéndonos un buen completo (bocata de lomo de res con muchas historias y demasiadas salsas), patatas fritas grasosísimas y vino con sifón, lo que no facilitó nuestro posterior viaje en autobús.



Después de estas aventuras decidimos partir a Santiago atravesando los Andes, dejando atrás una tierra preciosa que, como consecuencia de nuestros problemas cagopedorreicos, no hemos pudimos disfrutar plenamente.




viernes, 16 de diciembre de 2011

Últimos días en Bolivia

En nuestra tercera y última estancia en La Paz pretendíamos marchar a Potosí y Sucre, las ciudades de la minería de la plata, donde nuestros comunes ancestros vampirizaron el metal de la tierra y la sangre de la población local.

Un nuevo bloqueo de carreteras, esta vez ocasionado por una disputa fronteriza entre regiones, nos obligó a viajar a Oruro, la ciudad más fea del país, donde nos vimos obligados a bajarnos del autobús antes de llegar incluso a las primeras viviendas, pues el acceso motorizado a la población estaba bloqueado por un grupo de mujeres bastante cabreadas (olé por esta gente). En esta ciudad pasamos un día, vimos a miles de jóvenes bailando en todas las calles de la ciudad al estilo West side story,  pues estaban ensayando para una fiesta popular, la entrada universitaria. Los más marchosos, los estudiantes de Derecho, seguro que no os podéis hacer una idea. La ciudad estaba llena de carteles surrealistas, para muestra un botón:


También paseamos por el mercado callejero, situado sobre la vía del tren, que cuando pasa a las 6 de la tarde debe esperar a cada metro que recorre para que la dueña o el dueño del puesto de comida, ropa, flores o dulces para el día de difuntos, levante o desplace el puestecito unos centímetros acá o unos decímetros allá, entonces el conductor del tren hace avanzar la locomotora  hasta el siguiente puestecito, y así atraviesa, durante una hora, un extenso mercado situado a lo largo de toda la arteria principal de la ciudad.

Tomamos un tren para Uyuni, donde llegamos a las 2.30 de la madrugada. Imaginaos, el desierto más desierto del mundo, donde los gobiernos envían a la gente más pobre y a los militares a hacer patria como dicen ellos, o colonizar como yo lo llamaría, pues el pasado de guerra y conquistas de estas tierras no recomienda sino esto, no sea que entre chilenos y peruanos les merienden este pedazo de mar salado y sus desérticos alrededores, que según acaban de descubrir está repletito de litio…

Temíamos por nuestra vida porque nos hablaron de gente que la había perdido en el mar de sal, por el mal estado de los vehículos y del hígado de los chóferes. Así que después de un día dando vueltas por el pueblo encontramos un lugar de absoluta confianza:



Marchamos entonces a hacer una excursión en un todoterreno por el impresionante mar de sal (cuyo origen es la existencia sucesiva de dos lagos, que se secaron –la capa de sal mide desde unos pocos milímetros en el borde hasta doce metros de profundidad en el centro de un mar de 200 kms. de largo, y debajo aún está el agua). Fuimos a una isla llena de cactus gigantes preciosa.





Lo bueno es que todo estaba bajo control, y no había ningún riesgo...



Y también visitamos un cementerio de trenes abandonados cuando cerraron las minas. 



Y de ahí partimos de noche en un tren para Argentina, dejando atrás el país más exótico del viaje, y una experiencia superlinda. 



domingo, 4 de diciembre de 2011

Chiquitania (misiones jesuíticas)



Querido blog:

Hace mucho que no te escribo, y lo mismo tú y yo ya no tenemos lectores, ya que es harto probable que los poquitos que nos quedaban se hayan cansado de abrirte y ver la misma entrada milenaria. Por eso he decidido, desde la tranquilidad de un idílico camping con bosque y mar de la Región de los ríos del sur chileno, a la luz de una farola y mientras Ernesto fríe panceta en nuestra súper cocinilla, ponerte al día, caro blog mío.

No me es fácil recordar cuándo fue la última vez que te escribimos. Si no recuerdo mal, fue sobre La Paz y el TIPNIS, pero nos quedaron unos huecos sobre lugares anteriores. Por ejemplo, sobre la visita que hicimos a la Chiquitanía, en la provincia boliviana de Santa Cruz, esa zona levantisca del país que con razón se cree diferente. Pasar del altiplano, plena y orgullosamente indígena, de infinitos horizontes ocres y clima y altura extremas a Santa Cruz, con bosques selváticos y ciudades blancas y ordenadas, es pasar de un mundo a otro. Fue curiosa nuestra incapacidad para recordar el nombre de “Chiquitanía” y dejar de preguntarle a todo el mundo por el transporte a “Chiquitistán”. A esta región a lo que vamos los guiris es a ver unas misiones jesuíticas la mar de bonitas. ¿Recuerdas “La Misión”? Pues allí es donde se rodó.

Lo primero que nos flipó es que como acababa de comenzar la temporada de lluvias, o por el motivo que fuera, había unos bichos de un tamaño descomunal, incluso mayores que los que habríamos de ver en la selva después. Durante todo el día se oía un chirrido como metálico que de noche se agudizaba, y nos preguntábamos si sería un aserradero o alguna industria, pero no, eran los bichos chiquitanos. Había escarabajos del tamaño de un puño, sin exagerarte, querido diario (no estoy con esto insinuando que nadie exagere en lo que te escribe). 

En Concepción, principal localidad de la Chiquitanía, dando un paseo por los campos, nos topamos con esto:


Y no, querido diario, no es que las garras de nuestra terrible historia española hayan llegado tan lejos como a Bolivia, es que parece ser que esas garras tienen similar pinta en todos lados, y el homenajeado es Hugo Banzer, sangriento dictador del país nacido en Concepción. Curioso, ¿eh?

Y por si no fuera poco el parecido entre dictadorzuelos, otras ¿coincidencias? no menos graciosas:



Ahondando en el lado oscuro de la Chiquitanía, vemos que sí, que los jesuitas dejaron unas misiones la mar de majas, pero vamos, que de ahí a glorificarles debería ir un paso, porque deducir que la gente que estaba allí la mar de tranquila viviendo antes estaba ansiosa por abrazar la fe cristiana, es mucho deducir. 
 


La verdad es que las explicaciones de los museos de las misiones eran auténticos poemas que poca justicia hacían a los chiquitanos originarios y su sufrimiento, y como a Ernesto especialmente, todo este rollo llegó a encabronarle ligeramente, se paseaba por las misiones con esta cara:



Llega el momento de cenarse el bocata de panceta. Seguiremos informando.




 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Y de nuevo en La Paz

Y de nuevo en La Paz casi no podemos acceder a nuestro hotel en el que solemos alojarnos cuando pasamos por aquí (son ya 3 veces) y burlar el cerco policial que sitia la Plaza Murillo, que es la principal, y es donde han acampado los marchistas indígenas del TIPNIS. Nada, 65 días caminando con niños y ancianos, con sol del que pica y lluvia, con represión violenta y enfermedades, más cuatro días acampando, y es que nos estaban esperando para solucionar el conflicto, qué majos, lo hicieron el día que llegamos.


Ha sido muy bonito y emocionante ver a este pueblo volcarse pidiendo a su gobierno que cumpla en la práctica con su discurso defensor de la Madre Tierra en la ONU, escuchar las razones de los marchistas, su careo con los ministros y el presidente, superándolos con creces en su capacidad discursiva y dialéctica, inteligencia, elegancia y dignidad, hemos flipado porque en nuestra mentalidad eurocentrista y elitista pensábamos que eso no era posible, y ha sido una lección, es inverosímil la imagen de los indígenas proporcionada por el presidente y por la cultura occidental, como gente selvática con taparrabos manipulada por las ongs. 

Veremos si efectivamente son respetados los preacuerdos, demasiado ambiguos y dependientes de la voluntad dialogante del gobierno.


Nos quedamos con la imagen, no fotografiada, de esa gente volviendo a sus lejanos hogares en camiones sin techo pero felices y dignos, entre aplausos espontáneos, de admiración y agradecimiento, de parte de los transeúntes.