martes, 31 de enero de 2012

Un viaje finaliza y comienzan otros. Igualmente, otros viajes nos llevaron a este. Carla y yo nos conocimos hace ya tres años en Segovia. Fue en un curso de OCSI, yo bajaba de Elgoibar, un paraíso solitario, y ella subía de Madrid, y antes, del mundo. Nos unió el deseo de buscar personas bonitas movidas por el afán de hacer de este mundo un lugar amable para vivir, disfrutar, conocer, comer, beber y reír.

No fue hasta unos días después que detuve mi pensamiento en ella, cuando la escuché hablar sentido, pausado, como sólo ella sabe hacerlo, cuestionándose qué misión, qué carencias, venían a cubrir aquéllas personas que, desde lejos, marchaban a Chiapas para tener una vivencia revolucionaria en plena selva Lacandona. Ella apareció por esas tierras siguiendo a un novio chiapaneco... qué fatalidad, elegir, frente a lo exótico, lo macarra y urbanita que este cosladeño podía ofrecerle. No me costó poco convencerla de que esa aventura podía ser más dificultosa y retante que la que había vivido tiempo atrás, quizá el primitivismo en que me encontraba tras permanecer seis meses aislado en un rincón euskaldun agudizó su interés antropológico por mí... prefiero pensar que fue mi acentuada pronunciación de la letra jota, imperceptible en el habla extremeña, el detalle que inclinó la balanza a mi favor.

El caso es que tuve la suerte de comenzar a forjar una vida de ensueño con ella, que me abrió mundo.
Nuestra primera incursión conjunta (y la primera en mi caso) en terreno extraeuropeo fue, a salvo de una inolvidable excursión pre-pascual a Galicia (donde me declaré enamorado hasta las trancas de todo su ser), al vecino del sur. Después de este paso por Cádiz, arribamos a Marruecos en ferry, con coche propio y un estómago a prueba de bombas, pero no de la comida árabe que por allí se cocina. No fue un viaje idílico, ni de lejos, pero nos enseñó a pasear de la mano por otros mundos.

Y de ahí a esa megaurbe insufrible pero infinitamente diversa llamada Los Ángeles -entiendo que en un afán de embaucar a algún serafín, que de otro modo no se acercaría siquiera a San Diego-.

Esa experiencia, además de permitirme el enorme placer de conocer a su maravillosa engendradora, Mary Evelina, nos llevó al país más emocionante, diverso, complejo y perplejizante que jamás he visitado: México.
Y de nuevo repetimos país al año siguiente, esta vez, si cabe, mejor, pues visitamos Oaxaca, su sierra, sus carreteras...

Y, entretanto, viajamos a Samotracia, quizá más griega que turca, o todo a la vez, o nada de eso, quién puede saberlo...

Y mientras tanto nos planteábamos vivir otros mundos, otras posibilidades, traer hijos y acompañarles a crecer, acompañándonos, mientras tanto, el uno al otro en nuestro crecimiento mutuo, individual, conjunto, Humano, defectuoso, virtuoso y, sobre todo, afectuoso...

Surgió entonces, en un bar cañí, como sin casualidad, compartiendo tragos con una gran Amiga, Bea, de las tantas y tantos que Carla cultiva a lo largo de su vida y que generosamente me descubre y me comparte, que nos vimos enredados, por las circunstancias y los anhelos, en un transcurso vital por el norte ensurecido.

No preparamos más que nuestra ausencia temporal de Madrid, quizá por pereza, quizá por exceso de tareas en un junio quincemayero o, quién sabe, porque intuíamos que la vida no se proyecta, sino que se discurre.

Y aparecimos, como en un sueño, en el lugar que da nombre a la mitad del mundo, donde uno no puede calcular sin ayuda de un mapa por dónde escapará el agua del agujero del lavabo.

Y caminamos, sobre todo en autobús, pues la forma física nunca pudo competir, en nuestro caso, con el apetito. Y comenzamos a descubrir personas bonitas a las que el viento nos soplaba. Berta, en Mira, fue un regalito cordobés-sevillano envuelto en papel de flores, que luego, a lo largo del viaje, nos iría embriagando con su perfume de amistades bonitas como ella.

Y de ahí, pasito a pasito, rueda a rueda, seguimos bajando, encontrándonos, entre tantos amores, con dos perlas: la mujer que hizo de Carla la maravillosa persona que me robó el corazón, y Elvira, una joya cacereña con el alma cristalina.

Y bajando, bajando, nos encontrábamos con más personitas maravillosas. Me daré el lujo cursi de contar una anécdota, que me prometí publicar en su momento, y que mi memoria medioplacista se empeña en borrar: en Caraz, entre las más bellas montañas que hemos conocido en este viaje, una mujer, cojita, digna, que limpiaba y guardaba el hostal en que nos hospedábamos, sacaba adelante a sus tres hijas trabajando días y noches enteras, sin guardia que la sustituyera, porque su marido, a pesar de las sentencias en su contra, no pasaba pensión alguna para mantenerlas, ni mucho menos para, como pretendía esta mujer, ayudarlas a estudiar en la universidad. Un gusto amargo nos dejaban estas y otras historias personales, explicitadas o no,  tan repetidas por doquier en todas partes, aquí y allá...

Y subiendo en el mapa del mundo al revés, nos aparecimos en Bolivia, y allí nos dimos un festín de gente maravillosa y juergas nocturnas, comenzando por Dani -qué tan agradecido le estoy, mutuamente nos ayudamos a recuperar y disfrutar el reconfortante espíritu cheli- siguiendo por Lil, Claudia, Andrea, Ramírez y Josefa -nuestros ángeles chilenos-, y tantos otros... Y con Pilar, nuestra Amigagatuna, y su sonrisa, que siempre es el mejor regalo.

Y continuamos por Chile, ese país tan controvertido, tan desamparado y tan armado, tan amigable, que se nos ha llevado un pedacito de alma, que ya no nos devolverá jamás. Josefa, tan Josefa, tan mágica, tanta luz, y su familia y amigos (Juan, Claudia, Noemí, Javiera...) tan de ella, tan nuestros, tan para el mundo...
Y Sabela, y Miguel, que nos regalaron tanto, que nos esperaban sin esperarlo.
Y Ramírez, que es tan genial, tan sensible, sin quererlo pero sin temerlo.
Y nuestro penúltimo regalito, Joana y David, personas cabales ideando un mundo mejor...

Y de ahí subiendo, o bajando, qué más da, a Argentina, a esas cumbres amanecidas de nieve de El Bolsón, y de nuevo a Madrid, encarnado en Buenos Aires, con su Boca repleta de almas que hasta entonces habíamos desencontrado... y bajando más y más de nuevo a Los Ángeles, dándonos de bruces con la otra realidad, la tantas veces esquivada y más veces aún encontrada...

Y ahora en Madrid, recuperando olores, memoria, sabores, paisajes, y sobre todo, amores... mi hermana y Miguel, mi sobri, que con su sonrisa me ha robado el corazón, mis padres, tantos y tantos amigos, maravillosos, aún sin tiempo de reencontrarlos.

Y de esta experiencia de medio año, sin invierno, me quedo con todo, lo exótico y lo cotidiano, lo bello y lo extraño, lo asumible y lo incomprensible. Tantas cosas para aprender, para cambiar de mí mismo, para sentirme yo mismo...

Todo lo que cuento son experiencias que se debaten en una lucha a muerte con mi deficiente memoria. Muchas enseñanzas que durante estos meses de viaje consideré vitales para mi desarrollo personal y humano desaparecieron, quizá por siempre, antes de ser concebidas como pensamiento reflexivo.

A pesar, o quizá gracias a ello, esta experiencia, continuada desde el principio de mi relato, imborrablemente deja en mí la convicción de tener la inmensa fortuna de compartir mis momentos, mis anhelos, mis pesares, mi vida, con Carla, mi compañera. Con eso me quedo.