lunes, 19 de diciembre de 2011

Chile (noviembre y diciembre 2011)



El entusiasmo, las machas a la parmesana, la historia reciente que pincha, las tradiciones pasadas que sosiegan, una bandada de golondrinas oscuras que te sobrevuela de cerca, unos días de sol inusitado sobre los paisajes más hermoso del mundo, buen vino de cartón, las nalcas o el lechuguino gigante, las personas, las buenas personas, las personas bonitas. Sobre todo, las personas.  Santiago, Valparaíso, Isla Negra. Santiago, Valdivia, Chiloé, Chaitén.


Es fácil escribir cosas lindas en una playa de hierba donde un río prístino se encuentra con el mar calmo de un fiordo donde juegan los delfines, rodeada de montañas con bosques insondables. Azul y verde, verde y azul bajo un sol tierno de primavera austral que acompaña el silencio solo roto por los pájaros y las muchas aguas que corren. Así querré yo recordar este lugar de la Patagonia en el que empecé a escribir sobre Chile, sintiendo envidia de nosotros mismos y añoranza anticipada.  Pero bueno, aquí nos es donde empezó todo, sino en Santiago. O más bien, en Cochabamba, que es donde conocimos a Josefa, la más fantástica santiaguina que jamás existiera en el mundo, que junto con su familia y amigos han hecho que caigamos enamorados de esta zona del mundo. Santiago, como todo el mundo dice, puede tener un algo de Madrid, es una ciudad-ciudad, con todo lo que ello implica. En el país siguen los estudiantes en pie de guerra, cansados, pero no vencidos, y en Santiago pudimos escuchar a los líderes estudiantiles durante la presentación en la Feria del Libro de Otro Chile es posible, editado por Le Monde. La elocuencia y la calma que muestran unos chicos de veintipocos años, la cantidad de gente que allí se apiñaba para escucharlos, o quizás más bien para darse fuerzas entre sí, era algo que te ponía la piel de gallina y los ojos húmedos. Más impactante aún nos resultó escuchar que no son sólo los universitarios los que están en huelga, sino que la fuerza está en los estudiantes de instituto, y que de hecho durante la Revolución Pingüina de 2006 los adolescentes llegaron incluso a ponerse en huelga de hambre. ¿Alguien puede concebir una huelga de hambre de chicos de 15 años en España por una educación más justa? Pues quizás si como parece, seguimos la senda chilena, en vanguardia del neoliberalismo, tengamos que acabar viéndolo.



Valparaíso a un tiro de piedra de Santiago, nos hizo plantearnos la posibilidad, no sabría decir si remota o no, de quedarnos a vivir allá, quizás por sus aires piratas o por la poesía implícita en un paseo por sus imposibles cuestas absurdas vadeadas de casas de colores. Estos días estuvieron aderezados de trova y trago con los amigos santiaguinos, malestares estomacales, y reunión salmantina con Miguel y Sabela, de la residencia El Bartolo que ya solo existe en la memoria de quienes allí vivimos en algún momento. Qué lindo un reencuentro tan insospechado, y qué alegría ver que, años después, el “cómo pasa el tiempo” no es ni amargo ni nostálgico. Casi ni siquiera necesario.


Hablando de la poesía de Valparaíso, y estando en el país de los poetas, me vienen al recuerdo los días en Isla Negra, donde frente a un mar bravo como ninguno que hubiera visto antes, que rompe con furias abisales contra rocas que parecen puestas ahí desde el principio de los tiempos para desempeñar su papel antagonista en esa lucha, a una le entran las ganas de escribir como al ilustre habitante de esta localidad, de componer odas, sonetos o lo que haga falta, o por qué no, de pintar, de componer. Pero una no sabe hacer nada de eso, así que se consuela con leer lo que ante ese poderoso espectáculo él escribió. Luego está la rabia y la pena por lo que nunca fue que surge cuando oyes hablar de una de las últimas investigaciones oficiales según las cuales esa gran persona no moriría de tristeza tras el golpe, como se dice, sino que sería envenenada en una clínica justo antes de que se dispusiera a huir a México donde habría organizado una resistencia. Fue poética su vida y la teoría hasta ahora extendida de su muerte también lo era, pero más habla de dignidad la opción prosaica y triste de lo que siempre pasa, lo que parece demasiado evidente y brutal para ser creíble.

Siguiendo con el viaje, cuando por fin bajamos de la zona central llegamos a la Región de los Ríos, donde empezó el verde rebelde pegado al mar, los lagos, las noches de camping, viento y estrellas. La huella de los colonos alemanes está muy presente en esta zona, vinieron y se sintieron en este paisaje tan como en casa, que les dio por hacer cerveza, y ahí siguen.
Otro reencuentro, el que tuvimos en la ciudad de Valdivia con el gran Ramírez Neira, amigo de Cochabamba, para compartir este conciertazo, fue espectacular http://www.ustream.tv/recorded/18939678
La Isla de Chiloé es un lugar especial, una Galicia convertida isla, una Irlanda a la que le hubieran devuelto parte de sus bosques, o mejor aún, Chiloé. Un lujo de aguas dulces y saladas, vientos y mejillones. La recorrimos en un coche alquilado de estraperlo, y nuestro método de conocer autóctonos fue ofrecernos como taxistas, animando a la gente que andaba por la carretera a ser nuestros autoestopistas. Surtió efecto y conocimos a gente de todo tipo, entre los que se cuenta una pareja estupenda en cuya hermosa casa de madera que se habían hecho con sus manos a orillas de un lago, en un bosque nativo  sin luz ni agua corriente, acabamos compartiendo una de las más interesantes conversaciones de todos estos meses de viaje.  El paso de Chiloé a Chaitén en barco fue como ahondar en el verde, rascar un cartoncito, descubrir que te ha tocado la Patagonia, y que es parecida a los vagos sueños. Sin embargo, la situación de Chaitén es agridulce con poco dulce. Tras la erupción de un volcán en 2008 se evacuó a los habitantes y el pueblo quedó cubierto de cenizas. El gobierno hizo todo lo que pudo para que la gente jamás volviera: dieron subsidios para vivir en otros lugares, compraron hogares que estaban en perfecto estado para dejarlos cubiertos de ceniza, fundaron a unos cuantos kilómetros un pueblo llamado Nuevo Chaitén al que nadie se mudó y declararon que Chaitén ya no existía. A pesar de ello, unos cuantos cientos de habitantes comenzaron a regresar, a limpiar sus casas y a arreglar su pueblo, sin ayuda del gobierno y hasta hace poco, sin luz ni agua. Cuando estaban en ello, misteriosamente se incendiaron todos los edificios públicos. Una señora que regenta una tiendecita y que ha estado en el frente de la pelea durante estos años nos contaba cómo durante una de las visitas de la ex presidente Bachelet, un ministro le dijo, “pero Ingrid, déjate de tonterías, vete a vivir a Nuevo Chaitén y te ponemos un supermercado”. ¿El motivo de esta actitud del estado? El gobierno necesita la aprobación de los habitantes para pasar un cable de alta tensión de la represa criminal que Endesa va a construir en Aysén, en el corazón de la Patagonia. Además, se rumorea que están llegando ingenieros al pueblo, que hay proyectos de sacar oro de los cerros. Y claro, sin habitantes en un pueblo no hay oposición popular. Con esto queremos decir que Chaitén existe.


Y de aquí volvemos al principio de esta entrada, al río prístino rodeado de bosques, a los lagos, a los delfines. Al camping desde donde ahora, escuchando el viento mecer las ramas de los cerezos llenos de fruta y los grillos, en una noche infinita, me despido de este lugar al que sé volveré. Mañana cruzamos de nuevo a Argentina.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Argentina


Entramos a Argentina con una experiencia desagradable con un policía fascista-fronterizo, y sin cambiar bolivianos por pesos argentinos. Llegamos a la primera población argentina, La Quiaca, a una cafetería preciosa donde adquirimos consciencia de que dejábamos atrás el exotismo y empezábamos a movernos por universos más reconocibles.

Como no habíamos cambiado moneda el dueño del bar se ofreció, le dimos todo nuestro dinero y a los quince minutos volvió de Bolivia con nuestra pasta reconvertida en moneda argentina. Y de ahí a Humahuaca, un sitio precioso con cerros de colores.



Allí comenzaron nuestros problemas gastrointestinales, que nos acompañarían el resto del viaje hasta Valdivia, Chile. El dueño del hostal dijo que el agua era potable… y le hicimos caso. No sabemos si fue esa la causa de nuestros problemas pedorreicos y nauseabundos, y nunca lo sabremos.

De ahí fuimos a otras ciudades solicitando asilo para nuestros agotados estómagos, Salta, Córdoba, Mendoza, urbes de las que rescatamos el bocata de jamón serrano que degustamos con una Quilmes, y que ha sido, sin duda, uno de los momentos gastronómicos más felices de todo el viaje. Una reflexión que viene al caso: los demás turistas con mochila que nos encontramos comen lo que se les ponga por delante, desayunan cosas tristes y cenan platos aburridos… y nosotros, que nos preparamos nuestra pasta a la carbonara o nuestros risottos, andamos con desasosiego estomacal y añoranza de guisos de nuestro terruño… curioso…   

Nos limitaremos a contar en esta entrada nuestras dos experiencias más campestres, dejando a un lado la de Humahuaca:

1.- Alcanzamos Ojo de Agua, en Santiago del Estero, donde visitamos la universidad campesina fundada por el MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), y resultó que ese finde había un taller de formación política de campesinos argentinos de muchos lugares.
Acampamos con nuestra tienda adquirida en El Alto (La Paz) por doce euros. La primera tarde granizó a lo bestia (parecía como si los ángeles se hubiesen dao un atracón de polos y se estuviesen purgando tras haber bebido agua argentina, peaso bolas oye tú) y por la noche llovió, y la tienda cedió, así que nos mojamos (más Carla, adelanto a decir). Los campos estaban preciosos, el paisaje era muy parecido a la dehesa extremeña.



La comida muy bien,  colgaron la mitad de una vaca que ya había hecho testamento en la cocina y estuvimos comiendo pucheros de carne bien durita durante tres días.

En cuanto al agua había dos depósitos: de ellos, el más pequeño era para beber, pues a él llegaba el agua del pozo; el otro, no mucho más grande que el anterior, era para lavarse, echar al váter, lavar los platos (?), porque contenía agua proveniente del abrevadero de los animales y era peligroso beberla. Peeeroooo… algunas de las cien personas que había allí de vez en cuando nos preguntaba “¿hay alguna diferencia entre los bidones?” o “¿por qué no quieres beber agua de aquí?” o lo indudablemente peor “no, te equivocas, el depósito pequeño no es para beber, es el otro”.

La ducha era con cubos de esa agua, el inodoro tenía una cortinilla precaria y la higiene, en fin, no era muy buena. Con eso y con todo, y precisamente porque estábamos ya pachuchos (sobre todo Carla) decidimos irnos al pueblo dando un paseo precioso y bebernos dos litros de Quilmes comiendo panchitos y gusanitos naranjas y tomando el fresco con dos viejetes, el dueño de la tienda y su sobrino mayor que él, llamado Pollo, un borrachín muy salao. Haciendo un alarde de orgullo, podría decirse que a lo Anthony Quinn pues con su confesión parecía tratar de atribuirse el mérito de haberlo engendrado él a través de diversos intermediarios (sus descendientes), el tendero nos contó que su bis o tataranieto montaba a caballo desde los dos años y nos enseñó fotos del mico montando.

Pocos días después de marcharnos de Ojo de Agua leímos en El País que unos terratenientes habían matado a uno de los del MOCASE y herido gravemente a su hermano. Argentina, cubierta de cultivos de soja transgénica que da de comer al ganado europeo, se está brasilizando…

2.- Marchamos también a las sierras de Córdoba a ver campito, y fuimos a Capilla del Monte. Llegamos, camping municipal tirao de precio, ni el tato por allí, nuestra tienda de El Alto reventá, nuestra cocinilla recién comprada para estrenar, un unicornio, vamos, una gozada.



Y en eso que empieza a venir gente, y un temporal de narices, y nos enteramos de que, como consecuencia de la llegada de “la fecha” (11.11.11), miles de personas de distintos lugares iban a invadir un lugar tan precioso para: subirse a una nave espacial, ver abrirse un portal, conectarse con la energía, meditar por el bienestar así en general, y otro largo etcétera de motivos. Los del pueblo, ya invadido de hippies que se habían ido a vivir allí hace años, estaban al borde de un ataque de nervios pensando que eso iba a ser un sin dios, unos los tomaban con amaretto y otros con humor, como podréis comprobar:

 

Para huir de las hordas hippie-flipadas alquilamos unas bicis o-b-s-o-l-e-t-a-s e hicimos una excursión a unas pozas, subimos rocas, nos bañamos en unas cascadas, pasamos por un agujerito estrecho en la roca que seguro tiene un nombre más elegante que el de “agujerito estrecho”, algo así como falla, grieta o no sé qué.





Y llegamos a uno de los muchos santuarios hippie-fantásticos, donde nos recomendaron tumbarnos en una pirámide ancestral que tenía por lo menos cinco años y abrazarnos a una piedra (que resultó tener una cagada de perro encima, lo que llevaría a más de un hippie a concluir que a un extraterrestre le dio por dejarle como presente un postre típico de su región planetaria), y no sé cuantas movidas más.

Y nos despedimos de esta maravillosa sierra comiéndonos un buen completo (bocata de lomo de res con muchas historias y demasiadas salsas), patatas fritas grasosísimas y vino con sifón, lo que no facilitó nuestro posterior viaje en autobús.



Después de estas aventuras decidimos partir a Santiago atravesando los Andes, dejando atrás una tierra preciosa que, como consecuencia de nuestros problemas cagopedorreicos, no hemos pudimos disfrutar plenamente.




viernes, 16 de diciembre de 2011

Últimos días en Bolivia

En nuestra tercera y última estancia en La Paz pretendíamos marchar a Potosí y Sucre, las ciudades de la minería de la plata, donde nuestros comunes ancestros vampirizaron el metal de la tierra y la sangre de la población local.

Un nuevo bloqueo de carreteras, esta vez ocasionado por una disputa fronteriza entre regiones, nos obligó a viajar a Oruro, la ciudad más fea del país, donde nos vimos obligados a bajarnos del autobús antes de llegar incluso a las primeras viviendas, pues el acceso motorizado a la población estaba bloqueado por un grupo de mujeres bastante cabreadas (olé por esta gente). En esta ciudad pasamos un día, vimos a miles de jóvenes bailando en todas las calles de la ciudad al estilo West side story,  pues estaban ensayando para una fiesta popular, la entrada universitaria. Los más marchosos, los estudiantes de Derecho, seguro que no os podéis hacer una idea. La ciudad estaba llena de carteles surrealistas, para muestra un botón:


También paseamos por el mercado callejero, situado sobre la vía del tren, que cuando pasa a las 6 de la tarde debe esperar a cada metro que recorre para que la dueña o el dueño del puesto de comida, ropa, flores o dulces para el día de difuntos, levante o desplace el puestecito unos centímetros acá o unos decímetros allá, entonces el conductor del tren hace avanzar la locomotora  hasta el siguiente puestecito, y así atraviesa, durante una hora, un extenso mercado situado a lo largo de toda la arteria principal de la ciudad.

Tomamos un tren para Uyuni, donde llegamos a las 2.30 de la madrugada. Imaginaos, el desierto más desierto del mundo, donde los gobiernos envían a la gente más pobre y a los militares a hacer patria como dicen ellos, o colonizar como yo lo llamaría, pues el pasado de guerra y conquistas de estas tierras no recomienda sino esto, no sea que entre chilenos y peruanos les merienden este pedazo de mar salado y sus desérticos alrededores, que según acaban de descubrir está repletito de litio…

Temíamos por nuestra vida porque nos hablaron de gente que la había perdido en el mar de sal, por el mal estado de los vehículos y del hígado de los chóferes. Así que después de un día dando vueltas por el pueblo encontramos un lugar de absoluta confianza:



Marchamos entonces a hacer una excursión en un todoterreno por el impresionante mar de sal (cuyo origen es la existencia sucesiva de dos lagos, que se secaron –la capa de sal mide desde unos pocos milímetros en el borde hasta doce metros de profundidad en el centro de un mar de 200 kms. de largo, y debajo aún está el agua). Fuimos a una isla llena de cactus gigantes preciosa.





Lo bueno es que todo estaba bajo control, y no había ningún riesgo...



Y también visitamos un cementerio de trenes abandonados cuando cerraron las minas. 



Y de ahí partimos de noche en un tren para Argentina, dejando atrás el país más exótico del viaje, y una experiencia superlinda. 



domingo, 4 de diciembre de 2011

Chiquitania (misiones jesuíticas)



Querido blog:

Hace mucho que no te escribo, y lo mismo tú y yo ya no tenemos lectores, ya que es harto probable que los poquitos que nos quedaban se hayan cansado de abrirte y ver la misma entrada milenaria. Por eso he decidido, desde la tranquilidad de un idílico camping con bosque y mar de la Región de los ríos del sur chileno, a la luz de una farola y mientras Ernesto fríe panceta en nuestra súper cocinilla, ponerte al día, caro blog mío.

No me es fácil recordar cuándo fue la última vez que te escribimos. Si no recuerdo mal, fue sobre La Paz y el TIPNIS, pero nos quedaron unos huecos sobre lugares anteriores. Por ejemplo, sobre la visita que hicimos a la Chiquitanía, en la provincia boliviana de Santa Cruz, esa zona levantisca del país que con razón se cree diferente. Pasar del altiplano, plena y orgullosamente indígena, de infinitos horizontes ocres y clima y altura extremas a Santa Cruz, con bosques selváticos y ciudades blancas y ordenadas, es pasar de un mundo a otro. Fue curiosa nuestra incapacidad para recordar el nombre de “Chiquitanía” y dejar de preguntarle a todo el mundo por el transporte a “Chiquitistán”. A esta región a lo que vamos los guiris es a ver unas misiones jesuíticas la mar de bonitas. ¿Recuerdas “La Misión”? Pues allí es donde se rodó.

Lo primero que nos flipó es que como acababa de comenzar la temporada de lluvias, o por el motivo que fuera, había unos bichos de un tamaño descomunal, incluso mayores que los que habríamos de ver en la selva después. Durante todo el día se oía un chirrido como metálico que de noche se agudizaba, y nos preguntábamos si sería un aserradero o alguna industria, pero no, eran los bichos chiquitanos. Había escarabajos del tamaño de un puño, sin exagerarte, querido diario (no estoy con esto insinuando que nadie exagere en lo que te escribe). 

En Concepción, principal localidad de la Chiquitanía, dando un paseo por los campos, nos topamos con esto:


Y no, querido diario, no es que las garras de nuestra terrible historia española hayan llegado tan lejos como a Bolivia, es que parece ser que esas garras tienen similar pinta en todos lados, y el homenajeado es Hugo Banzer, sangriento dictador del país nacido en Concepción. Curioso, ¿eh?

Y por si no fuera poco el parecido entre dictadorzuelos, otras ¿coincidencias? no menos graciosas:



Ahondando en el lado oscuro de la Chiquitanía, vemos que sí, que los jesuitas dejaron unas misiones la mar de majas, pero vamos, que de ahí a glorificarles debería ir un paso, porque deducir que la gente que estaba allí la mar de tranquila viviendo antes estaba ansiosa por abrazar la fe cristiana, es mucho deducir. 
 


La verdad es que las explicaciones de los museos de las misiones eran auténticos poemas que poca justicia hacían a los chiquitanos originarios y su sufrimiento, y como a Ernesto especialmente, todo este rollo llegó a encabronarle ligeramente, se paseaba por las misiones con esta cara:



Llega el momento de cenarse el bocata de panceta. Seguiremos informando.




 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Y de nuevo en La Paz

Y de nuevo en La Paz casi no podemos acceder a nuestro hotel en el que solemos alojarnos cuando pasamos por aquí (son ya 3 veces) y burlar el cerco policial que sitia la Plaza Murillo, que es la principal, y es donde han acampado los marchistas indígenas del TIPNIS. Nada, 65 días caminando con niños y ancianos, con sol del que pica y lluvia, con represión violenta y enfermedades, más cuatro días acampando, y es que nos estaban esperando para solucionar el conflicto, qué majos, lo hicieron el día que llegamos.


Ha sido muy bonito y emocionante ver a este pueblo volcarse pidiendo a su gobierno que cumpla en la práctica con su discurso defensor de la Madre Tierra en la ONU, escuchar las razones de los marchistas, su careo con los ministros y el presidente, superándolos con creces en su capacidad discursiva y dialéctica, inteligencia, elegancia y dignidad, hemos flipado porque en nuestra mentalidad eurocentrista y elitista pensábamos que eso no era posible, y ha sido una lección, es inverosímil la imagen de los indígenas proporcionada por el presidente y por la cultura occidental, como gente selvática con taparrabos manipulada por las ongs. 

Veremos si efectivamente son respetados los preacuerdos, demasiado ambiguos y dependientes de la voluntad dialogante del gobierno.


Nos quedamos con la imagen, no fotografiada, de esa gente volviendo a sus lejanos hogares en camiones sin techo pero felices y dignos, entre aplausos espontáneos, de admiración y agradecimiento, de parte de los transeúntes.

En la selva

La industria cinematográfica de Hollywood nos ha hecho mucho daño por los mitos que ha creado sobre los peligros de la selva, que son absolutamente falsos, como hemos podido comprobar en Serere, zona de selva contigua al Parque Nacional Madidi. Las tarántulas no matan, y si no les haces nada pasan de ti, o por encima de ti, pero sin picarte. Los jaguares están cagaditos de miedo cuando ven a un humano, y los caimanes… bueno eso sí, los caimanes son peligrosos. Pero…. en vez de hacer pelis con el nombre de Aracnofobia o Los pájaros (esta última es para decojonarse, uh qué miedo, pájaros) deberían haber plasmado los peligros reales que acechan a los incautos que se adentran en la selva con títulos como: Garrapatofobia, La Pulga, Cucarachas hasta en la selva o La costra de los mosquitos (el título de esta última derivaría de una pésima traducción al español).

La experiencia selvática ha sido un pasote, si no fuera por
- la sensación térmica de 40º a la sombra con humedad ¿relativa? del 100%;
- los incesantes ataques de mosquitos de la muelte, picatostes kamikazes capaces de atravesar todo tipo de vestimentas, provistos de máscara anti-repelente y dientes de acero;
- las hormigas más grandes que una pipa de girasol que son capaces de ocasionarte fiebre y dolores terribles durante días con solo mirarte de reojo;
- las abejas que nos atacaron por pasar a su lado y no saludar; la avispa que nada más llegar el primer día estrelló su aguijón contra mi cuello proporcionándome fuerte dolor por un día y escozor por otros dos;
- las cucarachas tipo uña de guitarrista de flamenco, marrón oscuro y de diez centímetros de largo;
- los caimanes que nos rodearon una noche en un lago y nos hicieron pasar peor rato que cuando nos encontramos con un revisor en el metro de Madrid;
- los cientos de monos persiguiéndonos y cagando encima de nuestro guía desde las copas de los árboles;
- las pirañas que dos semanas antes arrancaron un trocito de mano a Rogelio, nuestro sufrido guía;
- los gusanos con sabor a horchata (no preguntéis cómo lo sabemos);
- las lianas que contienen litros y litros de agua filtrada y que tras beberla, cuando al día siguiente vas al retrete y suena a chaparrón, te planteas si era la liana correcta o el guía se equivocó;
- las cabañas sin más pared que cuatro mosquiteras con agujeros lo suficientemente grandes para que quepa por ellos el 90% de los habitantes de la selva…

Pues a pesar de todo lo anterior, lo pasamos estupendísimamente Pilar (recién llegada de Perú y habiendo superado un bloqueo de carreteras en Copacabana), Carla y yo. Y estuvimos con dos monicos preciosísimos de cinco meses huerfanitos porque habían cazado a su madre para zampársela. En principio a Pilar la veían muy mona, a Carla la miraban de reojillo y yo directamente los tenía acojonaícos, me veían como al mono jefe chungo que te echa la peta si llegas a trabajar cinco minutos tarde (los del curro, no os descojonéis capullos). Y es que soy como mono, tal y como aseguró un niño colombiano de cinco años en Ecuador.

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Para llegar al Serere navegamos tres horas por un río enorme, anchísimo, aquí todos los ríos son marrones y cada año siguen un curso distinto, pues no encuentran obstáculos a su paso y eligen el cauce a su antojo, y cuando cambian su curso y las tierras anegadas quedan al descubierto, los árboles crecen en unos meses más alto de lo que podáis imaginar.

Y respecto a lo demás, muchas horas andando por la selva o tumbaos en hamacas sudando la gota gorda, combatiendo a los mosquitos, navegando lagos infestados de caimanes, las burbujas salían a nuestro paso y veíamos sus ojos en la oscuridad. El tipo es Rogelio, nuestro desgarrapatador y guía,las lucecicas son ojos de caimanes, y la barca podrida no se ve:



Pero al fin aquí estamos, de vuelta, vivitos y coleando, aunque seguro que con alguna que otra garrapata escondida acechando en la oscuridad de los gayumbos…

martes, 1 de noviembre de 2011

Cochabamba II

Que yo sólo digo que os pongo esta afoto con el Mundano pa que uséis vuestras entendederas y comprobéis quién es el jefe y quién el currela...

lunes, 31 de octubre de 2011

Cochabamba


Siempre me ha resultado curioso comparar la sensación, los presentimientos que se tienen antes de llegar a un lugar en el que una se quedará un cierto tiempo, con las imágenes con las que te vas después de haber estado allí. Me pasaba de pequeñita, antes de ir a un campamento me tiraba semanas antes soñando sobre ese sitio, que luego, evidentemente, poco o nada tenía que ver con mis sueños. Asimismo, poco o nada  está teniendo que ver este viaje tan largamente ensoñado con las ideas antes cocinadas en mi cabeza, y poco o nada han tenido que ver Cochabamba y el mARTadero,  la etapa más larga de nuestro viaje, de un mes, con las vagas anticipaciones que podíamos  tener sobre lo que sería. De hecho, curiosamente, Cochabamba se ha correspondido más con mis sueños infantiles campamentísticos. 



Y justo por eso cuesta y se retrasa la entrada en este blog sobre Cochabamba, por lo mismo que era difícil después de los campamentos cartearte con los amigotes que te habías hecho, porque no es fácil hablar de las cosas que han sido lindas y quedan atrapadas en el tiempo pasado porque el espacio y la vida no permiten ya volver a ellas tal y como fueron. 

A Cochabamba llegamos el deseo de echar cable a tierra después de meses de conocer puntos geográficos superficialmente, inmunizados de paisajes y monumentos y con ganas de pasar por la misma plaza más de un par de mañanas. La excusa era el proyecto mARTadero (www.martadero.org), que consiste en la recuperación de un antiguo espacio industrial en una zona deprimida para uso cultural, disfrute y alegría de la gente. "Resignificar" el barrio, que dicen los que saben. Allí trabaja Dani, vecino de Usera universal que nos presentó el proyecto, junto con Lil, Andrea, Claudia y Juan, cronopios fenomenales. En torno al mARTadero revolotean también Ramírez, Esther, Magda, Hernán… 

Total, que sin más ambición ni dilación nos pusimos a traducir, pintar, limpiar, buscar conceptos para obras y beber birra, no necesariamente en este orden. Para mí –que cada cual tendrá sus opiniones-, el mayor logro del mARTadero ha sido convertir al mi Ernesto en un artista plástico consumado. Aquí se puede ver su obra magna. Hay quien dice que el auténtico autor es un brasileño de Sao Paulo dedicado al arte urbano conocido como Mundano, y que Ernesto fue su asistente, pero eso nos son más que cuentos apócrifos… Más allá de autorías, lo cierto es que hizo falta andar entre pañales usados, ratas, burros y hormigas gigantes para llegar al río y mojar las brochas en las tristemente aguas fétidas del río para realizar este mural.



 Al fin, después de un mes, salimos de Cochabamba como se sale de los campamentos, con los ojos empañados.

Profesión de fe

“Sí, sí, por lastimado y jodido que uno esté, siempre puede uno encontrar contemporáneos en cualquier lugar del tiempo y compatriotas en cualquier lugar del mundo. Y cada vez que eso ocurre, y mientras eso dura, uno tiene la suerte de sentir que es algo en la infinita soledad del universo: algo más que una ridícula mota de polvo, algo más que un fugaz momentito”

Eduardo Galeno, El libro de los abrazos