El entusiasmo, las machas a la parmesana, la historia reciente que pincha, las tradiciones pasadas que sosiegan, una bandada de golondrinas oscuras que te sobrevuela de cerca, unos días de sol inusitado sobre los paisajes más hermoso del mundo, buen vino de cartón, las nalcas o el lechuguino gigante, las personas, las buenas personas, las personas bonitas. Sobre todo, las personas. Santiago, Valparaíso, Isla Negra. Santiago, Valdivia, Chiloé, Chaitén.
Es fácil escribir cosas lindas en una playa de hierba donde un río prístino se encuentra con el mar calmo de un fiordo donde juegan los delfines, rodeada de montañas con bosques insondables. Azul y verde, verde y azul bajo un sol tierno de primavera austral que acompaña el silencio solo roto por los pájaros y las muchas aguas que corren. Así querré yo recordar este lugar de la Patagonia en el que empecé a escribir sobre Chile, sintiendo envidia de nosotros mismos y añoranza anticipada. Pero bueno, aquí nos es donde empezó todo, sino en Santiago. O más bien, en Cochabamba, que es donde conocimos a Josefa, la más fantástica santiaguina que jamás existiera en el mundo, que junto con su familia y amigos han hecho que caigamos enamorados de esta zona del mundo. Santiago, como todo el mundo dice, puede tener un algo de Madrid, es una ciudad-ciudad, con todo lo que ello implica. En el país siguen los estudiantes en pie de guerra, cansados, pero no vencidos, y en Santiago pudimos escuchar a los líderes estudiantiles durante la presentación en la Feria del Libro de Otro Chile es posible, editado por Le Monde. La elocuencia y la calma que muestran unos chicos de veintipocos años, la cantidad de gente que allí se apiñaba para escucharlos, o quizás más bien para darse fuerzas entre sí, era algo que te ponía la piel de gallina y los ojos húmedos. Más impactante aún nos resultó escuchar que no son sólo los universitarios los que están en huelga, sino que la fuerza está en los estudiantes de instituto, y que de hecho durante la Revolución Pingüina de 2006 los adolescentes llegaron incluso a ponerse en huelga de hambre. ¿Alguien puede concebir una huelga de hambre de chicos de 15 años en España por una educación más justa? Pues quizás si como parece, seguimos la senda chilena, en vanguardia del neoliberalismo, tengamos que acabar viéndolo.
Valparaíso a un tiro de piedra de Santiago, nos hizo plantearnos la posibilidad, no sabría decir si remota o no, de quedarnos a vivir allá, quizás por sus aires piratas o por la poesía implícita en un paseo por sus imposibles cuestas absurdas vadeadas de casas de colores. Estos días estuvieron aderezados de trova y trago con los amigos santiaguinos, malestares estomacales, y reunión salmantina con Miguel y Sabela, de la residencia El Bartolo que ya solo existe en la memoria de quienes allí vivimos en algún momento. Qué lindo un reencuentro tan insospechado, y qué alegría ver que, años después, el “cómo pasa el tiempo” no es ni amargo ni nostálgico. Casi ni siquiera necesario.
Hablando de la poesía de Valparaíso, y estando en el país de los poetas, me vienen al recuerdo los días en Isla Negra, donde frente a un mar bravo como ninguno que hubiera visto antes, que rompe con furias abisales contra rocas que parecen puestas ahí desde el principio de los tiempos para desempeñar su papel antagonista en esa lucha, a una le entran las ganas de escribir como al ilustre habitante de esta localidad, de componer odas, sonetos o lo que haga falta, o por qué no, de pintar, de componer. Pero una no sabe hacer nada de eso, así que se consuela con leer lo que ante ese poderoso espectáculo él escribió. Luego está la rabia y la pena por lo que nunca fue que surge cuando oyes hablar de una de las últimas investigaciones oficiales según las cuales esa gran persona no moriría de tristeza tras el golpe, como se dice, sino que sería envenenada en una clínica justo antes de que se dispusiera a huir a México donde habría organizado una resistencia. Fue poética su vida y la teoría hasta ahora extendida de su muerte también lo era, pero más habla de dignidad la opción prosaica y triste de lo que siempre pasa, lo que parece demasiado evidente y brutal para ser creíble.