viernes, 16 de diciembre de 2011

Últimos días en Bolivia

En nuestra tercera y última estancia en La Paz pretendíamos marchar a Potosí y Sucre, las ciudades de la minería de la plata, donde nuestros comunes ancestros vampirizaron el metal de la tierra y la sangre de la población local.

Un nuevo bloqueo de carreteras, esta vez ocasionado por una disputa fronteriza entre regiones, nos obligó a viajar a Oruro, la ciudad más fea del país, donde nos vimos obligados a bajarnos del autobús antes de llegar incluso a las primeras viviendas, pues el acceso motorizado a la población estaba bloqueado por un grupo de mujeres bastante cabreadas (olé por esta gente). En esta ciudad pasamos un día, vimos a miles de jóvenes bailando en todas las calles de la ciudad al estilo West side story,  pues estaban ensayando para una fiesta popular, la entrada universitaria. Los más marchosos, los estudiantes de Derecho, seguro que no os podéis hacer una idea. La ciudad estaba llena de carteles surrealistas, para muestra un botón:


También paseamos por el mercado callejero, situado sobre la vía del tren, que cuando pasa a las 6 de la tarde debe esperar a cada metro que recorre para que la dueña o el dueño del puesto de comida, ropa, flores o dulces para el día de difuntos, levante o desplace el puestecito unos centímetros acá o unos decímetros allá, entonces el conductor del tren hace avanzar la locomotora  hasta el siguiente puestecito, y así atraviesa, durante una hora, un extenso mercado situado a lo largo de toda la arteria principal de la ciudad.

Tomamos un tren para Uyuni, donde llegamos a las 2.30 de la madrugada. Imaginaos, el desierto más desierto del mundo, donde los gobiernos envían a la gente más pobre y a los militares a hacer patria como dicen ellos, o colonizar como yo lo llamaría, pues el pasado de guerra y conquistas de estas tierras no recomienda sino esto, no sea que entre chilenos y peruanos les merienden este pedazo de mar salado y sus desérticos alrededores, que según acaban de descubrir está repletito de litio…

Temíamos por nuestra vida porque nos hablaron de gente que la había perdido en el mar de sal, por el mal estado de los vehículos y del hígado de los chóferes. Así que después de un día dando vueltas por el pueblo encontramos un lugar de absoluta confianza:



Marchamos entonces a hacer una excursión en un todoterreno por el impresionante mar de sal (cuyo origen es la existencia sucesiva de dos lagos, que se secaron –la capa de sal mide desde unos pocos milímetros en el borde hasta doce metros de profundidad en el centro de un mar de 200 kms. de largo, y debajo aún está el agua). Fuimos a una isla llena de cactus gigantes preciosa.





Lo bueno es que todo estaba bajo control, y no había ningún riesgo...



Y también visitamos un cementerio de trenes abandonados cuando cerraron las minas. 



Y de ahí partimos de noche en un tren para Argentina, dejando atrás el país más exótico del viaje, y una experiencia superlinda. 



1 comentario:

  1. Qué tremendo lo de Uyuni. He visto por ahí un montón de fotos en las que la sal refleja el cielo y parece que el retratado está flotando en la nada.

    Un abrazo, nenicos.

    Ramón

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