El can ecuatoriano tiene un carácter ocioso, perezoso, diríase que perruno. El canecu, abreviaremos, permite que el día transcurra dormitando en la playa y, solo muy de vez en cuando, echa algo parecido a un ladrido, o un quejido, quizá por pereza, quizá porque un mosco molestó al bicho en su siesta. Jugar, juega más bien poco, pesca o caza aún menos... el canecu se contenta con hociquear un mendrugo mojado en sopa de pescado, delicia cocinada que, si bien fue elaborada por y para humanos, en su necesidad el canecu devora como un manjar.
La bestia suele ser delgada, en ocasiones esquelética, confiada y afable con sus vecinos, ya sean humanos, cánidos o felinos, cubre su cuerpo un manto peludo negro o parduzco movido por las pulgas, su envergadura oscila de mediana a grande, es noble, y excepcionalmente cuenta con cuatro patas, un rabo y dos orejas.
Adora la brisa, le pierde el olor del mar, goza con el sonido del batir de olas y nunca se siente verdaderamente acompañado, salvo cuando sueña con flores y mariposas.
El canecu es libre para estar y quedarse, y no mueve una pezuña siquiera cuando le apetece lamérsela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario